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El francotirador de las alturas

  • Foto del escritor: Silvia Natividad Chipana Tintaya
    Silvia Natividad Chipana Tintaya
  • 23 oct 2024
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 1 nov 2024

La montaña rusa de la Selección Boliviana


Cristofer Caballero


La Selección Boliviana es como una travesía en teleférico: un ascenso glorioso en casa y un descenso vertiginoso cuando salimos de las alturas. La Selección nos lleva de la euforia a la desesperación con una velocidad que solo quienes han sentido el vértigo del Illimani pueden entender. El triunfo ante Chile nos dejó flotando en las nubes y la victoria ante Colombia nos elevó al éxtasis, pero el despiadado 6-0 ante la Argentina de Messi en el Monumental nos estrelló contra el suelo con brutal realismo. Entre victorias épicas en El Alto y debacles estrepitosas en el llano, ¿qué debe cambiar para que nuestra selección deje de ser un equipo de altibajos tan pronunciados?


Cuando Bolivia juega en la altura, es como si tuviéramos un superpoder que descoloca a nuestros rivales. En los 4.150 metros de El Alto, somos Goliat, imbatibles. La victoria en Chile, en un campo donde históricamente se nos ha negado el triunfo, fue una sorpresa electrizante, una bocanada de aire fresco que parecía anunciar un nuevo capítulo. Y no olvidemos que, en el estadio más alto del mundo, Bolivia ha hecho morder el polvo a selecciones de renombre. Sin embargo, basta alejarnos de nuestra zona de confort, y ese Goliat se convierte rápidamente en David, pero sin la hondita salvadora.

 

La goleada en Buenos Aires fue un baño de realidad, como si el Monumental hubiera sido el escenario de una película de terror que ya conocemos de memoria. No podemos seguir dependiendo de la altura como nuestro único as bajo la manga, porque, cuando el oxígeno está al nivel del mar, nuestro juego se queda sin aire también. La altura nos hace fuertes, pero también nos encierra en una burbuja, y al salir de ella, nos exponemos a las mismas debilidades de siempre: desconcentración, falta de cohesión y, sobre todo, una mentalidad que parece flaquear cuando se nos niega nuestra ventaja natural.

 

Es evidente que Bolivia puede dar el golpe en momentos inesperados, como lo hizo contra Chile. Pero esos momentos de gloria aislada no pueden seguir siendo la excepción. La chispa de esperanza de nuestra selección se llama Miguelito Terceros, que inicia una jugada ante el equipo cafetero, que es puro lirismo. No podemos darle todo el peso de la selección a un chico de 20 años, ni coronarnos como Reyes del Altiplano y los mendigos en el llano. Es un problema de estructura, de enfoque, y sí, de confianza.

 

La altura es un arma poderosa, pero un arma sola no gana guerras. Necesitamos desarrollar talento desde las bases, invertir en proyectos de formación, construir un equipo con una mentalidad que no se desplome ante la primera adversidad lejos de casa. La altura nos da ventaja, pero no puede ser nuestra única estrategia, porque fuera de los Andes, el fútbol se juega con las piernas y con la cabeza, no con el altímetro.


Entre el vértigo de las alturas y las caídas libres en el llano, la selección boliviana vive atrapada en una montaña rusa emocional. La victoria en Chile es el ejemplo perfecto de que podemos romper moldes, mientras que la paliza en Argentina nos recuerda lo mucho que falta por hacer. Si aspiramos a ser algo más que un equipo que depende del oxígeno, debemos aprender a ganar sin importar la altura. Bolivia necesita más que la altura, para ser un equipo consolidado en la elite; necesita un cambio de mentalidad, de estrategia y, sobre todo, de creer que es capaz de volar a cualquier altura, incluso cuando bajamos al llano.

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