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Una semana llena de aventuras en Santa Cruz y Cochabamba

  • Foto del escritor: Maribel Vino
    Maribel Vino
  • 11 nov 2024
  • 3 Min. de lectura
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Por: Maribel Barra Vino

El Alto, 11 nov. (noticias con altura)

Comienza mi viaje desde la ciudad de El Alto, esa ciudad mágica donde el frio es el primero que te abraza. Emprendo el trayecto temprano en la mañana, aún bajo las primeras luces del amanecer. Mi familia y yo estamos ansiosos por conocer Bolivia de punta a punta, desde las montañas andinas hasta las cálidas tierras de Santa Cruz. Nos embarcamos en un bus que recorrerá, kilómetros y kilómetros que en cada minuto trae una pequeña aventura.

Al dejar la ciudad de El Alto, la carretera nos lleva a través de las montañas. Durante el viaje, nos detenemos en un mirador donde la vista es impresionante: el Illimani se alza, imponente y eterno, con su cumbre nevada que brilla bajo el sol. Aprovecho para respirar el aire fresco y llenarme los pulmones de energía antes de seguir.

Después de varias horas en la ruta, llegamos a Cochabamba, la ciudad de la eterna primavera. La temperatura es agradable, y las flores están en plena floración. Nos dirigimos a "El Cristo de la Concordia", una estatua monumental en lo alto de una colina. La vista de la ciudad es magnífica, un océano de casas y calles bajo el sol radiante. Decido tomar el teleférico en vez de subir a pie; aún tengo energía, pero prefiero guardarla para el resto del viaje. Desde arriba, la ciudad me recuerda que Cochabamba es un lugar de paz y armonía, un cambio refrescante después del ruido paceño.

No podía irme de Cochabamba sin probar su famosa gastronomía, así que nos detenemos en el mercado de La Cancha. Allí pruebo el silpancho, un plato tradicional que me hace sentir en casa con cada bocado. Mientras almorzamos, un grupo de jóvenes músicos empieza a tocar unas cumbias, y sin pensarlo, empiezo a moverme al ritmo. Mi familia ríen, pero todos estamos contagiados de la alegría del momento. Así es Bolivia: cada rincón tiene un toque de música, cultura y sabor.

Continuamos el viaje hacia Santa Cruz de la Sierra. La ruta es más cálida y verde a medida que descendemos. El cambio en el paisaje es notable: las montañas dan paso a selvas y llanuras interminables. En el camino, nuestro bus se detiene en un pequeño pueblo para que podamos estirar las piernas. Me acerco a una mujer que vende frutas tropicales y me ofrece un maracuyá; su sabor ácido y refrescante es perfecto para el calor que ya empezamos a sentir. Nos cuenta que aquí viven muchas comunidades guaraníes y que a veces realizan rituales para la Madre Tierra.

Por fin, llegamos a Santa Cruz de la Sierra. La ciudad tiene un ritmo vibrante, y el calor es acogedor. Me maravillo con las enormes palmeras y el clima tan diferente al que dejé en la ciudad de El Alto. Exploramos la Plaza 24 de septiembre, un lugar lleno de vida, con palomas revoloteando y gente conversando en cada esquina. La Catedral Metropolitana es imponente y solemne; subo hasta su mirador y, desde lo alto, contemplo la ciudad.

En la última noche, decido salir a la cancha que estaba cerca, de la que me hablo mi tío. había música que sonaba fuerte, y unas sonrisas con ganas de jugar de las personas que se encontraban ahí. En un momento, una señora mayor que estaba en la cancha se me acerca y me dice con una sonrisa: “Vas a volver, es muy lindo vivir aquí”. Y creo que tiene razón. Bolivia me ha mostrado su diversidad y me ha enamorado; cada ciudad, cada parada ha sido una historia, un lugar único en mi corazón.

Con cansancio y felicidad, emprendo el viaje de regreso, pensando en los rostros, sabores y paisajes que he encontrado en este viaje.

 
 
 

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