Tres noches en una discoteca de la Ceja en El Alto: la realidad de las fiestas nocturnas
- Alejandra Ticona Sea
- 25 nov 2024
- 3 Min. de lectura

Por: Richar Tancara Esteban
El Alto, 25 Nov. (Noticias Con Altura)
Noche 1: Un inicio inesperado
Era viernes, cinco de la tarde, cuando llegué por primera vez a esa discoteca, ubicada en la siempre caótica Ceja de El Alto. Llegué tarde, y el lugar ya bullía de actividad. El personal se movía rápidamente, ordenando botellas y preparando el lugar para la avalancha nocturna de clientes. Sin encontrar al encargado y con un ambiente que intimidaba, decidí tomar la iniciativa. Pregunté en qué podía ayudar y, para mi sorpresa, en lugar de mesero, me asignaron como seguridad en la puerta de entrada y también rondar por la lugar, asegurándome de que todo estuviera en orden.
La tarea consistía en: revisar a las personas que entraran, asegurándome de que no llevaran bebidas, armas, objetos punzocortantes, ni cigarrillos. Mientras la música subía de volumen y el lugar comenzaba a colmarse repletamente. Esa primera noche, el caos era palpable, pero terminé el turno con la sensación de que había logrado adaptarme, aunque el miedo seguía presente.
Noche 2: El ascenso a mesero
El sábado me alisté temprano y llegué antes de la hora indicada. Quería causar una buena impresión. Ayudé a descargar y organizar las bebidas alcohólicas, trabajando con rapidez para destacar. Mi esfuerzo llamó la atención del dueño y el encargado, quienes me asignaron el rol de mesero.
No tenía experiencia, pero acepté el reto con entusiasmo. Cuando los clientes comenzaron a llegar, me puse a ofrecer: cigarros, bebidas alcohólicas, agua y hielo. La noche del sábado, a diferencia del viernes, era mucho más intensa. El lugar estaba lleno, y el ambiente, cargado de arrogancia y tensión. Los clientes eran menos amables y más exigentes.
El encargado, que nos observaba constantemente desde las cámaras, parecía satisfecho con mi desempeño. Al final de la noche, durante la rendición de cuentas, descubrí que había vendido más que algunos de los meseros antiguos. Fue una victoria inesperada.
Para concluir la jornada nos enviaron a tirar basura y escombros en la carretera vieja. Al regresar, el encargado estaba de buen humor y nos compró cena. Sin embargo, salir a las 4:30 de la mañana en busca de transporte fue complicado. Uno de los meseros se subió a una movilidad desconocida con personas extrañas, lo que me pareció arriesgado. Yo esperé hasta encontrar un transporte más seguro para llegar a casa.
Noche 3: El lado oscuro de la Ceja
El domingo llegué temprano otra vez. El personal comenzaba a llegar a la discoteca, pero algo no estaba bien. El mesero que había subido a la movilidad con desconocidos la noche anterior, no llego al lugar. Temí lo peor, pero debía enfocarme en mi trabajo.
Esa noche me asignaron primero a la segunda discoteca, una más pequeña, donde actué como seguridad y mesero. Era un lugar más tranquilo, pero aun así, el trabajo no cesaba. A medida que avanzaba la noche, me trasladaron de regreso a la discoteca principal, donde continué como mesero. A diferencia del sábado, el lugar estaba más vacío y el ambiente era menos agitado. Sin embargo, el encargado estaba molesto, pues las ventas no eran las esperadas.
Al final de la noche, nos quedamos a limpiar: baldear el piso, limpiar mesas, disipar el olor a alcohol y cigarro. Terminamos alrededor de las tres de la mañana, momento en que el dueño nos obligó a salir, ya que todas las discotecas debían cerrar.
Afuera, el ambiente era aterrador. Vi cómo una disputa entre varios grupos se transformaba en violencia. Botellazos volaban por el aire, y de pronto, un joven cayó al suelo, asesinado. Todos huyeron. Sentí miedo y decidí irme lo más rápido posible. Tomé un taxi y volví a casa, pero la escena quedó grabada en mi mente.
La reflexión tras tres noches
El lunes, al volver para la limpieza general, noté una silueta blanca pintada en el asfalto y rastros de sangre donde el joven había caído. Más tarde, el encargado nos contó que era una persona inocente, alguien que simplemente había pasado por el lugar equivocado en el momento menos oportuno.
Estas tres noches en esa discoteca me enseñaron mucho más de lo que esperaba. Descubrí el peligro de las noches en la Ceja, donde la vida puede cambiar en un instante. El exceso de alcohol, las drogas, la violencia, y el contacto con personas desconocidas convierten este ambiente en un lugar que no respeta la vida ni la seguridad. Incluso aquellos que trabajan allí, como el mesero que no llego y regresó días después golpeado y despojado de sus pertenencias, son vulnerables a sus peligros.
Entendí que, aunque de día la Ceja es peligrosa, de noche lo es aun más. Y que, en lugares como estos, la precaución y el respeto por la propia vida son lo único que pueden marcar la diferencia.
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