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Coroico: un rincón mágico de Bolivia en los valles

  • Foto del escritor: Alejandra Ticona Sea
    Alejandra Ticona Sea
  • 25 nov 2024
  • 4 Min. de lectura

Por: Yesica LLusco Mayta


El Alto, 25 Nov. (Noticias Con Altura).- Era un sábado por la mañana cuando decidí hacer algo que había estado pensando durante semanas: tomar un viaje a Coroico. El ajetreo de la vida en la ciudad de La Paz  y las decisiones que necesitaba tomar me tenían en un estado de constante reflexión, y sentí que un cambio de ambiente me ayudaría a despejar la mente. Coroico, un pintoresco pueblo en los Yungas de Bolivia, parecía el destino perfecto para encontrar paz y claridad.

 

La mañana estaba fresca en La Paz, pero el pronóstico anunciaba que el clima cambiaría a medida que avanzáramos hacia los Yungas. Tomé el primer minibús que salía hacia Coroico, una ruta que ya había recorrido antes, pero nunca con la intención de reflexionar profundamente. El viaje comenzó en el bullicio de la ciudad, con el sonido de los motores y la constante actividad que caracteriza a La Paz. A medida que dejábamos la ciudad atrás, la carretera comenzó a subir por las montañas, y las primeras curvas nos ofrecieron vistas impresionantes del altiplano y los valles.

 

A medida que el minibús descendía, sentí cómo el clima cambiaba: el aire se volvía más cálido, más húmedo, y el paisaje se transformaba a medida que entrábamos en la zona de los Yungas. Las montañas altas fueron reemplazadas por valles verdes, rodeados de frondosa vegetación tropical. Las curvas cerradas de la carretera, conocidas por su peligro, nos hicieron viajar con cuidado, pero la belleza del paisaje me ayudaba a relajarme. Miraba por la ventana y dejaba que mis pensamientos fluyeran, alejándome del ruido y las tensiones cotidianas.

 

El viaje, que duró aproximadamente dos horas, me dio tiempo suficiente para pensar. La presión que había estado sintiendo sobre las decisiones que debía tomar comenzaba a disiparse mientras veía las montañas y el paisaje verde a mi alrededor. Coroico, con su tranquilidad, era el lugar ideal para pensar en lo que realmente quería hacer con mi vida. Mientras descendíamos más hacia el valle, me di cuenta de lo importante que es tomarse un tiempo para uno mismo y encontrar un espacio donde no haya presiones externas.

 

Finalmente, llegamos a Coroico. Al bajar del minibús, el calor del lugar me envolvió, y el sonido del río cercano me dio una sensación de calma inmediata. Las calles del pueblo eran estrechas y empedradas, y las casas, de colores vivos, se alineaban a lo largo de las colinas. La paz del lugar era evidente. Caminé por las calles, sin rumbo fijo, observando la vida tranquila de los habitantes. Las personas no tenían prisa, y sus rostros reflejaban la calma que el lugar transmitía. Decidí caminar hacia el mercado local, un pequeño centro de actividad en el pueblo, donde pude ver a los lugareños vendiendo frutas tropicales y productos artesanales.

 

Al caminar por el mercado, una señora me ofreció una fruta que nunca había probado: una guanábana. Me explicó que era un producto local, ideal para refrescarse en el calor de los Yungas. Probé la fruta, que era dulce y refrescante, y me sentí agradecido por ese pequeño momento de tranquilidad. En ese instante, comprendí que a veces las respuestas que buscamos no están en grandes decisiones, sino en los pequeños momentos que nos regalan paz y claridad.

 

Más tarde, decidí subir a uno de los miradores naturales que rodean el pueblo. La caminata no fue difícil, pero me permitió alejarme un poco del bullicio del mercado y conectarme más con la naturaleza. Desde el mirador, la vista de las montañas, los valles y el río que serpenteaba por el fondo era impresionante. Me quedé allí durante un buen rato, simplemente observando el paisaje y dejando que mi mente se despejara. Mientras respiraba el aire fresco de las montañas, comprendí que a veces es necesario desconectarse para poder tomar decisiones claras y sensatas.

 

En la tarde, me senté en una pequeña plaza del pueblo, rodeado de árboles y flores, y me di cuenta de lo mucho que había cambiado mi perspectiva. El viaje, aunque corto, me había dado el espacio que necesitaba para pensar con más calma. Ya no sentía la presión que sentía cuando salí de La Paz, y sentía que, con el tiempo, podría tomar las decisiones que necesitaba sin prisas.

 

Antes de regresar a La Paz, decidí disfrutar de una comida local. En un pequeño restaurante, pedí un plato típico: fricase con mote. Mientras disfrutaba de la comida, miraba a mi alrededor y observaba a las personas del pueblo, relajadas, disfrutando de la simplicidad de la vida. En ese momento, entendí que las decisiones más importantes no siempre son las más complicadas, sino aquellas que se toman con calma y reflexión.

 

El regreso a La Paz fue tranquilo. Aunque la subida hacia la ciudad fue más exigente, mi mente estaba mucho más despejada. Durante el trayecto, ya no sentía la ansiedad de antes, y entendí que a veces necesitamos un respiro, un cambio de escenario, para tomar decisiones importantes con claridad.

 

Al llegar a La Paz, sentí que el viaje a Coroico había sido una pequeña escapatoria, pero sobre todo una oportunidad para pensar en lo que realmente importaba. Ese día me enseñó que, cuando nos damos el tiempo para desconectar y reflexionar, las respuestas que buscamos suelen aparecer con mayor claridad. Sin duda, Coroico se convirtió en un lugar especial para mí, un refugio de calma donde las decisiones se pueden tomar con serenidad y sin la presión del día a día.

 

 

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